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El polvo que se acumula en los objetos (Fragmento)

June 22, 2012

Lleno la mochila con dos libros, una pluma y una libreta. No le aviso que salgo. No creo que se preocupe. Volveré en la noche. No cenaré con ella. Me haré prostituta y mancharé su apellido. Publicaré mi profesión a todos nuestros conocidos. Haré tarjetas de presentación y se las mandaré por correo. Greta Cienfuegos, prostituta. Y mi número de celular.

Maiden de fondo en el metro. El fantasma de la ópera. Sólo una canción así para hacer tolerable esta ciudad. Me molesta tanta gente en un mismo lugar. Cierro los ojos para aislarme. Me doy cuenta que es posible estar sola entre la multitud. Y no estoy hablando de esa mierda de la soledad, la incomprensión o la depresión adolescente que nace de un proceso natural de crecimiento. Estoy harta de eso, esa moda sí que la superé. Estoy pensando en un aislamiento profundo. La hermeticidad materializada en la mente de un ser humano. De una mujer.

Me bajo en la estación Coyoacán, y camino hasta la plaza central. Compro un agua de mango en La michoacana antes de sentarme en una banca a leer El túnel. Juan Pablo Castel tenía razón en dudar de María Iribarne. Ella era más misteriosa en su lógica de pensamiento que el propio Castel. De hecho, Castel justifica cada argumento a su favor con evidencia lógica inquebrantable. No que no haya contradicciones, más bien, en el mundo de las posibilidades, todo lo que plantea bien puede ser cierto. Si yo, digamos, conociera a un hombre en este momento, no importa cómo, mientras cumpla las condiciones de ser atractivo e interesante, yo podría acostarme con él. Claro que sí. Nunca he hecho nada similar, y creo que nunca lo haría, pero podría. Si se da el momento romántico adecuado, si me dice las palabras que necesito escuchar en este momento, si me toca el hombro cuando nos reímos de algún chiste tonto, quizás entonces acceda a acostarme con él. Nunca lo he hecho, no, pero podría hacerlo. Claro que podría, y seguro que me gustaría.

Recuerdo a Carlos, un viejo novio de la preparatoria. Lo amé como a nadie, o al menos eso sentía. En ese entonces pensé que lo amaba más que a un miembro de mi familia. Con él descubrí la irracionalidad del amor. Surgió de la nada, la verdadera generación espontánea. Una conversación casual en la biblioteca de la escuela sobre un libro, ya ni recuerdo cuál, y listo, eso bastó para que los dos viviéramos un amor apasionado de mes y medio. Recuerdo llegar a la casa y acostarme en la cama: ¿pensará en mí? ¿Se preguntará si yo me preguntó qué se pregunta él? Sostenía el celular en la mano y lo cargaba de todos los tipos de energía que mi cuerpo podía emitir: física, química, sexual, intelectual, magnética, calorífica, telepática, todo con la intención de que el teléfono empezara a sonar y fuera él, que de alguna forma había conseguido mi número y llamaba para invitarme a salir. Eso fue durante dos o tres semanas. Después no hubo necesidad de eso. Pasábamos juntos cada segundo libre que teníamos. Hasta que él se fue a León, Guanajuato, a estudiar algo relacionado con negocios. Nunca más hablamos. No era necesario. Ese mes y medio nos enseñó (a él también, me lo dijo) que el amor existe en un estado irracional que trasciende cualquier intento que hagamos para entenderlo. Pero éramos demasiado jóvenes, y era necesario seguir cada uno por su camino. A veces suena a guión de comedia romántica barata, esas con Jennifer López o Katherine Heigl, pero es una de esas cosas que se tienen que vivir para entender. Es como le pasó a Juan Pablo Castel, en El túnel. El grueso de la gente negaría, si le preguntaran, que él estaba en lo correcto al ser tan celoso y dudar siempre de María Iribarne. Pero bastaría que lo pensaran más de unos segundos para que se dieran cuenta de que la especie humana no es leal por naturaleza. Por eso valoramos tanto esa cualidad en los perros. Estamos destinados a la extinción, y no porque la Tierra se sobrecalentará provocando desastres naturales, no, la extinción llegará por los sentimientos tan malignos que somos capaces de imaginar.

Carlos Calles