Archive for the ‘Carlos Enrique Pachón’ Category

Ama y cocina

June 22, 2012

Una mujer cocina

en mi casa

los vecinos husmean las paredes

también la imaginan desnuda,

mientras lava los platos y las verduras.

Se han atrevido a tocar la puerta llevando un plato vacío

para que ponga sobre él

el aroma de su delgado cuello.

Ella llega simulando ser una estación pasajera

pero se va instalando en lo que toca, va más allá de la carne,

aroma el patio y el aire que circula por la casa.

Ha tomado la costumbre de traer a casa

además de sus prédicas de amor,

especias y raíces

traídas de un edén cercano.

Como ama, cocina

y cuando corta cebolla no llora sino ríe,

sus caderas la siguen en la rutina del cuchillo,

la pimienta no produce estornudo

sino un trenzar de labios que dura lo que un asado en estar en su punto.

Llega y me ofrece su cuerpo diseccionado,

como una carta de vinos y asaduras,

y los diferentes sabores que van desde un dulce agrio

hasta el amargo de la despedida.

Los vecinos están pendientes de lo que en ella suceda

y cuando se escucha un mover de platos y de muslos

se estremecen y lamen las paredes.

También la imaginan desnuda.

En mi celo, creo que se atreven a tocar la puerta

y traer el plato vacío

en espera de que ella ponga mi cabeza cruda.

Carlos Enrique Pachón

Canción para el que crece

June 22, 2012

A  mi hijo Carlos Manuel

Y cuando empieces a alejarte

no mires hacia atrás,

pues a tu edad, el tiempo

se mide con la mirada.

No es bueno mirar atrás

ni visitar tumbas de familiares,

(tampoco es tu deber).

Es tiempo de que vayas

empacando lo esencial de la vida,

nadie te lo indicará

y se irá evidenciando en la carencia,

en la mirada de los trenes.

Personalmente no te invitaría a mi funeral,

no pierdas tiempo

en vestirte de negro  o de oro;

te adelanto, lo que desde todas las esquinas

te podrán decir ese día:

“no he sido ni mal ni buen padre,

ni mal ni buen hijo,

ni mal ni buen ser humano”,

¡qué pobre es la medianía!

Vete a buscar lo que crees perdido

esa ausencia que ahora te ilumina,

eso que espera el cántaro de tu mano.

Húndete en la arena y escarba

y pierde los dedos y las uñas,

que a tu edad crecen los samanes y la esperanza.

Acostúmbrate a los callos y al deshielo

y si no sale agua ni petróleo,

húndete más y pierde  hasta la razón,

que esa plaga vuelve con los años,

y sigue arando porque sólo en lo que creas perdido

está la fuente, el aliento.

Es cierto el desconsuelo

pero si en algo te alivia,

maldice al dios que te enseñaron,

a la familia, al país y a los sicólogos.

Maldice hasta el tuétano

y a la abuela ciega.

Pero sigue buscando lo perdido

eso que yo no he encontrado,

y no obstante el intento

me permite hablarte sin tanta vergüenza.

Vete a buscar lo que en ti se completa

ese hueco en el pecho

que encaja en el horizonte.

En este momento,

piensa que detrás de ti

sólo hay erosión y tierra seca. No hay atrás.

Busca  lo que crees perdido

nadie te asegura que lo encontrarás

ni que lo disfrutarás.

Ya volverás,

porque ese es el círculo de los hombres:

volver a su propio exilio.

 Por ahora vete

que aquí el tiempo se repite,

no pierdas tus horas

en vestirte de negro o de oro.

Carlos Enrique Pachón

El caballo y él

June 22, 2012

A Homero y a Disparo

Mi hermano mayor amaba su caballo

más que a las mujeres:

con cada una de ellas tuvo hijos

y un hogar que pronto abandonó.

Su destino era huir, abandonar:

buscar el futuro entre el estiércol.

Con su caballo pasaba horas

contando la gracia de la tierra

y viendo crecer el estómago del ganado;

montado sobre él,  su poca estrella se iluminaba.

El caballo por su parte,

se comportaba de otra manera cuando mi hermano lo montaba

le tendía celadas, no obedecía el freno y trotaba con desacierto.

Pero un amor puro los unía,

un amor sin hijos ni apariencias,

ni consideraciones al final del camino.

Cuando el caballo murió mi hermano,

quien poseía la rudeza de los que desde temprano les toca probar la suerte,

lloró:

un hielo seco rodó por sus mejillas.

Supongo que comprendió

que esta vez le correspondía ser el abandonado.

Carlos Enrique Pachón