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De cuerpo ausente

June 22, 2012

Corría la década de los 40´s cuando Federico vio la luz por primera vez. Nacido en el seno de una familia acomodada, desde niño tuvo un interés especial por los libros, siempre se le veía con uno en la mano y los niños de la escuela lo molestaban porque no le gustaba jugar a la rayuela ni a la pelota.

Conforme fue creciendo, se volvió más retraído, siempre amable, educado pero no le gustaba convivir. A los 16 años ganó su primer premio de literatura con su obra “Luces en la bajamar”  nadie imaginaba que aquel chiquillo se convertiría en un escritor famoso, pero así fue.

Poco a poco se fueron dando a conocer sus obras, ganaba concursos, era publicado por las principales editoriales de la capital, pero sus viajes duraban algunos días, semanas o meses y siempre regresaba a su lugar natal: La Hacienda de la glamurosa.

Ni se imaginan como era esa propiedad, tan grande como la mente de Federico, llena de árboles frutales y con varias cabezas de ganado. El dinero no le faltaba, al ser hijo único, heredó todo de sus padres cuando aún era adolescente. Pero nunca le interesó trabajar en el campo, para eso estaba Prudencio, su capataz de confianza que dirigía la hacienda como si fuera de él.

A los 25 años, Federico conoció a Susana una mujer encantadora que no sabemos cómo logró conquistarla si él ni siquiera hablaba. Pero cuenta la propia Susana que Federico era callado con la gente pero un hombre encantador con ella, siempre platicando, compartiendo y comentando cada logro.

Cuando Federico se iba a la capital, Susana invitaba gente a su casa, decía que a su marido eso no le molestaba pero prefería silencio cuando él estaba. De cuando en cuando nos cachó en plena fiesta, saludaba, platicaba un poco y se retiraba a descansar.   Recuerdo la luz de su despacho siempre prendida y su silueta se dibujaba detrás de la cortina. Dicen que ahí es donde escribía, pero era un lugar secreto al que sólo Susana podía entrar.

Si tuviera que encontrar una frase que definiera a Don Federico, sin duda diría que fue un hombre de cuerpo ausente, pero el más sabio, el más inteligente.

Todos en el pueblo hablaban de él. Era un hombre extraño, nunca convivía con la gente, al menos no como nosotros que durante las tardes nos reunimos en la plaza a tomar un helado y platicar sobre los últimos acontecimientos. Hasta la propia Susana convivía con la gente, le encantaba escuchar los chismes, siempre se le veía feliz y sonriente. Nadie entendía como una mujer tan vivaracha estuviera casada con un hombre tan serio. Pero algo es seguro, ella era feliz.

Federico era tan diferente, pero no era un hombre amargado, más bien reservado, si te acercabas a él era amable, más de una vez le pedí que me firmara mis libros, no era algo que le fascinara pero nunca se negó y siempre me preguntaba que me habían parecido. El no comentaba nada, solo escuchaba. A las tardes de tertulia acompañaba a Susana, sin embargo, se sentaba en una esquina del café de las Luces y nos observa fijamente. De cuando en cuando Don Luis, el dueño del lugar era su compañía, ahí si lo podías ver platicar, pero siempre con papeles en la mano, con sus libros y una pluma haciendo anotaciones.

Dicen que Don Luis era su único amigo, su confidente, su crítico literario.

Al terminar la tarde tomaba de la mano a Susana y regresaban a su casa. Muchas veces la cuestionaron sobre la actitud de su esposo y ella decía que Federico vivía la vida en sus propias historias. Las que contaba en sus libros.

Dicen que era un hombre solitario al que lo acompañaban sus personajes y su amada esposa. Jamás me perdí uno solo de sus libros, eran maravillosos, hablaban de la luz, del más allá, de la muerte y la esperanza de vida, de ese renacer cada día.

Recuerdo que cuando era niña, pasábamos los veranos en una casa cerca de la playa, Federico y Susana eran nuestros vecinos, él desde temprano estaba afuera contemplando el amanecer, varias veces puse mi despertador para observarlo desde la ventana, era todo un ritual el que hacía. Sacaba su mesa, su silla y observaba el amanecer con la mirada fija. Una vez que el sol salía, Susana le llevaba una jarra con café y un poco de pan de dulce en una cesta. Federico escribía y escribía durante algunas horas. No sé cómo no se cansaba, pero nadie lo molestaba, la gente pasaba corriendo por la playa, el lugar comenzaba a cobrar vida y para cuando ya había suficiente ruido y gente él se metía, hasta poco antes del atardecer en que regresaba a su silla y observaba al sol meterse al  fondo del mar.

No era raro verlo subir a un yate junto con Susana y pasar todo el día en el mar, dicen que a él le gustaba ese lugar para escribir y se notaba porque cuando hablaba de la muerte te daba tanta paz como la que te da el sólo observar el mar. Uno de sus personajes entrañables era Jovita, una mujer humilde que no conocía el mar y pasó toda su vida ahorrando sus centavos para poder hacer el viaje, recuerdo la descripción que hizo de la mirada de esta mujer cuando vio por primera vez el mar. “…En sus ojos se reflejaba el azul del cielo, mezclado con el turquesa del mar, no sé si siempre habrán sido tan grandes o si habían crecido ante tal belleza pero de sus labios no salía palabra alguna, su mirada lo decía todo…” seguramente eso sintió él al ver por primera vez el mar y fue tal su impacto que lo hizo parte de su vida y de su muerte…

Hace apenas unos meses que recibimos el comunicado, fue Don Luis quien le dio la noticia a Susana. Federico se había ido para siempre dejando al mar como su testigo.

Aquella mañana salió como muchas otras en el yate para ver el amanecer, decidió irse solo pero dejó en manos de Don Luis una carta que no podía abrir hasta que se pusiera el sol del tercer día. En ella le comentaba que hace algunos meses en un viaje a la capital le habían detectado cáncer y que el avance era tan grande que le quedaban pocos meses de vida, pero había decidió irse antes de lo provisto para no causar molestias y poder reunirse con el poder del mar lo antes posible. El creía en Dios y en la luz divina, decidió aventarse al mar para que nunca pudieran recuperar su cuerpo y permanecer completo en el fondo del mar. Temía que lo enterraran o lo cremaran, en su mente no cabía que la gente pudiera quemar el cuerpo de un ser amado, él prefería que no lo vieran muerto y siguieran pensando que se había ido a un viaje.

Fue un velorio de cuerpo ausente, todos sabían que había muerto por la carta y por que el yate regresó a la orilla con una novela escrita de puño y letra de Federico. Había texto en las paredes, piso y hasta en el timón. Esa fue su última novela.

Deben haber pasado dos días desde que partió, día y noche debe haber escrito y al terminar seguramente en el atardecer del tercer día fundió su vida con el mar, no sin antes poner velocidad a su barca para que sola regresara. Sin duda era un genio, todo lo planeo, todo lo pensó. La embarcación llegó cerca de la orilla, pero no se estrelló porque se le acabó la gasolina. El no quería que supiéramos donde estaba su cuerpo pero sí quería que conociéramos su historia y leyéramos su libro, su última novela. “Por amor a Susana”.

Hoy el yate es el principal atractivo de nuestro pueblo, el libro fue copiado y uno puede comprarlo, pero nada se compara al disfrute de leerlo de puño y letra de él. Fue un hombre entregado a sus pasiones, al amor de su esposa, a su mar y sus historias. Fue sin duda un hombre de cuerpo ausente… pero de escrito presente.

Georgina Hidalgo