Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.
Julio Cortázar
Estás allí a unos metros de mí, desafiante frente al universo. Eres la cuestión por encima de mi entendimiento, con una esencia transitoria, justa, solemne, incluso coloquial.
Trato de mirarte de reojo, finjo la vista de a ratos y nos contemplamos frente a frente. Como los pasos que brotan en los parques que respiran las ciudades que perfilan el planeta que gira en torno a todo, a toda tú. Estamos en la café-librería, cada quién en su mundo, yo por acá con mis problemas azotándome con determinación, tú allá con ocupaciones que jamás entenderé.
Tendría que mirarte todo el día para poder parafrasear tu pestañeo, tendría que posar mi oreja en tu pecho para subrayar tu latir. Debería arrojarme al abismo de tu cabello para ver si puedo hacer reseña de su aroma. Mon amour, eres un poema, lo sé por lo que entiendo. Y tú no lo sabes, quizá porque para ti lo cotidiano raya en lo subversivo y eres de las personas que fruncen el ceño cuando los países están en guerra u olvidaste algo en tu mesa de centro.
Escucho los tecleos que desbordan de las yemas de tus dedos y comprendo que tu sangre sigue fluyendo, no se detiene al final de tus índices, encuentra en ese efímero puente una manera de intercalarse entre las pulsaciones o el sentido de las cosas. Puedo imaginarme con el oído, cómo tu sangre pasa a trasladarse lentamente a la hoja en blanco a modo de mecanografía.
Hace un par de horas, antes de que llegara, leías, por eso te admiro tanto, porque en la ubicuidad de tu sonrisa, tú mejor que nadie de tu entorno me hace comprender lo valiosa que es la lectura y lo compleja que es la existencia cada que alguien como tú pisa la tierra.
Mon amore, estás sosteniendo un libro, lees su contraportada. Yo no puedo romper esa cadena de marfil, no puedo ni con un martillo volátil quebrar la estructura que edificaste entre los libros y tus ideas. Miel y leche hay debajo de tu lengua.[1] Y allí van los heraldos, con sus consignas estúpidas y referencias irreverentes. Cae todo el mundo frente a eso, y me pierdo, yo no sé si es por la contraportada del silencio, o por usufructo mío de entrar a tu vida. Igual me pierdo de la misma forma en que el miedo hace caer sus gotas a los incomprendidos. Les preocupa el amor[2]… y yo no sé hacer otra cosa. Tú te vas y ni siquiera comprendo o sabré qué has de pensar. Te levantas lentamente, y yo no dejo de mirar los cientos de libros de referencia alrededor, por ahí andará alguno que hable de lo mucho que te quiero, de que no dejo de pensar en ti. Supongo que en alguna enciclopedia sobre el amor, me citarán y yo hablaré de ti. Si no la han escrito entonces debe de escribirse, The new edition is waiting for your recent poems, eso intento. Pero al marcharte yo no-dejo-de-trabajar, debo sustituir tantos olvidos, llenar de pan las tinieblas, fundar otra vez la esperanza.[3]
J’existe parce que je pensé,[4] Mademoiselle, y tú existes porque te pienso, porque estás en la punta de mi lengua como un refrán imprescindible en las noches de verano, porque no puedo contra ti ni contra los encuentros casuales que tengo contigo. Sólo tú me sacas del solipsismo, rompes con tus letras el hilo de mi situación. Y odio los encuentros casuales, porque son cincuenta y cincuenta, y a veces tú pones cuarenta y yo relleno el resto con lo mío. Pero no importa, no importa acumular boletos de veintiuno para canjeártelos por besos, porque tu mirada me seguirá derritiendo aunque no me mire fijamente. Yo te sigo admirando, amor mío, porque caminas en endecasílabos y usas sonetos como elegantes botas. Y no me hagas hablar de tus labios, que son la métrica exacta, tu mirada, tus mejillas, tus manos, puedo seguir así toda la noche y no poder descifrarte, prosa perfecta. Then she will be a true lover of mine[5].
A lo único que me puedo reducir, Cara mía, es a la perfección completa de tu persona, bendita tú que me quitaste el sueño, que desde que te conocí no dejo de pensar en ti, Mon amore, basta de pretensiones, ya que lees a Cortázar, te lo digo en rioplatense: Toda vos sos un poema.
[1] Rayuela. Cap. 93, Julio Cortázar
[2] Los Amorosos, Jaime Sabines
[3] A mis obligaciones, Pablo Neruda
[4] La nausea, p. 47, Jean-Paul Sartre