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La hormiga y la cigarra

June 22, 2012

La hormiga trabajó toda su vida y ahora languidecía en su camastro, mientras la cigarra triunfaba por el mundo con su bello canto. ¿Era justa la vida? se preguntaba la hormiga, aplicándose la cataplasma en una pierna herida. Ella, desoyendo a sus amigas, había protegido del frío y alimentado a la cigarra en aquella terrible helada. La cigarra no paraba de cantar y de comer a toda hora y cuando el invierno terminó, salió al exterior sin acordarse de agradecer a su protectora. ¿Tenía razón Esopo?  La hormiga recordaba el embeleso de su bello canto. ¿Debía dejarla que muriera? Eso ni pensarlo. Sus amigas, aún pasado el tiempo, tachaban de locura su extraño proceder: ¡Miren que proteger  a una cigarra! Esas zánganas de la naturaleza que lo único que hacen es cantar y perder el tiempo.

   Fuertes golpes cimbraron la puerta de su vieja choza. La hormiga se agitó asustada; adeudaba tres meses de renta. Levantó trabajosamente su gastado cuerpo, por las duras y extenuantes faenas y se encaminó temblorosa a abrir la hoja. La cochinilla, abogada de los insectos le miraba seria.

   -Mi más sentido pésame –le dijo-. Su amiga la cigarra murió de una congestión alcohólica. Extrajo una hoja de su saco y le sonrió-. Felicidades, usted ha heredado su fortuna. Firme aquí – sonrió, le hizo una reverencia y se retiró.

   Ahora, en su nueva residencia, en lo alto del encino, la hormiga languidece en una cómoda butaca, admirándose las uñas recién manicuradas,  y mientras bebe un jugo de naranja mira displiscente, hacia abajo,  a la fila de hormigas, sus ex amigas, quienes esperan la próxima temporada invernal para hospedar una cigarra y así salir de pobres.

RECORD GUINNESS / Juan Manuel Carreño

Pedro Alcántara soñaba que cuando fuera mayor tendría sexo con una mujer de cada país del mundo. Ya se veía degustando los vinos más exquisitos, vistiendo los mejores trajes y gozando los mejores cuerpos femeninos. Rusas, chinas, japonesas, alemanas y francesas harían las delicias de nuestro obeso amigo.  Con esta hazaña entraría con seguridad al Guinness Records de seguro, se decía Pedro.

   Años después comprendió que ese proyecto era poco menos que imposible y solo al alcance de la gente adinerada. Bajó sus pretensiones y decidió acostarse con una mujer de cada estado del país. Hay que consumir lo nacional, se dijo convencido. No sabía si eso lo consideraba el Guinness Records, pero podría investigarse.

   Dos años después se dijo que ese proyecto era algo difícil de realizar por falta de dinero para viajes y demás y prefirió cambiarlo por algo más realista: acostarse con una mujer de cada colonia de la ciudad donde vivía. Para qué me voy tan lejos si aquí está más a la mano, pensó. Tal ve esto no sería consignado en el Guinness Records, por los atenuantes de este caso; si no conseguía el trofeo, al menos la satisfacción sería su recompensa, se dijo.

    Sólo había un detalle a considerar para realizar sus planes. Pedro, aparte de tímido, tartamudo y pobre, era ciego y estaba postrado en una silla de ruedas. Razón de más para entrar en el Guinnes, se dijo, entusiasmado.

Juan Manuel Carreño