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Novacaína

June 22, 2012

 Tell me that I won’t feel a thing

so give me Novacaine

Green Day

Con sus ojos probó otra vez la realidad. La vecina de enfrente sí tenía las dos piernas: la derecha enyesada y colgada. Una mesita ofrecía jugo del valle psicodélico. Le sonrió. Sorbió aire. Manuel, ¿sabes quién es esa señora que está enfrente de mí? Su voz producía eco. No la conozco. Es Frida Kahlo. ¿Sí conoces a Frida Kahlo, verdad? Manuel se rió. Manuel tenía el rostro torcido y borroso. Manuel habló: ¿La esposa de Diego? La esposa soy yo- cortó ella, aburrida, indignada. Miró su pierna única y se imaginó sirena. Movió la aleta. El aire desde la ventana parecía un espeso magma transparente. Todo era silencio dulce, oloroso. La luz pintaba lentamente con pastel amarillo. Las paredes se derretían. Afuera del Hospital la calle Madero traía y llevaba barcos rodantes de colores multitudinarios. La avenida Gonzalitos a lo lejos. Ella saboreaba el reptar del sonido de la vida con piernas. Levantó las rodillas y sólo encontró una montaña. ¿A dónde irían esos deditos que pintaba de rojo? Estaba esperando su propia respuesta cuando otra vez cayó en esa agua mercurial.

Abrió los ojos y todo era color azul: las camas, las otras pacientes, las enfermeras, las paredes, el techo. Estrellas amarillas flotaban titilando aleatorias. Del ventilador fluía una cascada de aire visible. Su cama parecía retroceder lenta y progresivamente. El sonido sabía a quietud, a gris. Saboreaba ese aire polvoroso, cementero, cuando la loza del sueño cayó de nuevo sobre ella.

Tiempo después abrió los ojos. Dos mujeres con tapabocas. Guantes. Agua. Agua fría. Sacudidas, vuelco hacia un lado, vuelco hacia el otro. Maullidos, vocales solitarias, vocales valientes expedicionarias. Alaridos en remolino. Un popote en los labios. Un tubo en los labios. Agua densa, pluvial, acerada. Agua.

Tiempo después alguien gritó su nombre. ¡Olga! Escuchó su nombre. ¿Quién me llama? Presión en el pecho. Dolor. Entró a la realidad y la rodeaban cinco rostros.

Buenas tardes Olga. Lleva dos días durmiendo. Todo va bien. ¿Cómo se siente?

Dentro o fuera de su cerebro una voz le dictaba: “dile que te sientes mejor”, “que sí”, “que no”. Del cerco de sus dientes salían éstas frases y ella las miraba volar a los oídos. Palabras aladas. Los doctores se alejaron “clic clac, clic clic, clic clic” dejando a Manuel solo a su lado. Dejó de sentirse sirena, cambió de carta de la lotería: eligió la maceta. Flores, tierra, hojas y raíces y piernas. Las pisadas de los doctores no sonaron a pata de palo. Otra vía láctea le ayudó a derretir las paredes y sumergirse de nuevo.

Horas después, su boca seca le hizo aparecer el jugo de la mesa. La cama fresca y la brisa de la ventana seguían suaves. Cuando encontró el jugo bebió un líquido frío. Su cuello le parecía más flexible o su cabeza le daba vueltas. Con la palma izquierda se golpeó la oreja, pero el choque entorpeció la nitidez de su vida. Quería que fuese mentira, quería que sólo se tratara de un cuento escrito por un médico que escribe y que en ese momento alguien lo leía.

Un doctor la visita. ¿Cómo está? Un poco mareada, Es la novacaína. ¿Le duele algo? Si le duele, le puedo poner más. Sí, por favor.

Caminó los ojos por su cuerpo: ahora sólo había un pie, una rodilla, un muslo. El brazo derecho enyesado. Las puntas de los dedos de su mano derecha se asomaban moradas. Dentro o fuera de su cerebro alguien decía ¿qué pasó? Las paredes ya no se derretían. Ya no había perfección en la textura. ¿Dónde estoy? Pero de pronto… Su pierna amputada ahí estaba otra vez. Le llameaba sin quemar la sábana. Otra vez se pintaría de rojo, de amarillo, de blanco. Lento, el aire tenía un sonido dulce, de caramelo. La noche entraba por la ventana como humo negro y desde su follaje crecían manzanas rojas.

Jair García-Guerrero