Roberto nunca tuvo suerte con las mujeres. Salió con varias mujeres antes de casarse pero ninguna espectacular, como él siempre quiso.
Sus parejas no eran perfectas, pero él de una u otra manera las quiso en su momento. Algunas eran muy cachetonas, otras pasadas de peso y algunas más no muy agraciadas.
Luego se casó con Vicky, una mujer de estatura mediana, gordita y de cabello negro hasta los hombros. Su piel, morena, parecía hacer juego con sus ojos café oscuro.
Beto, sin embargo, muchas veces pensaba por qué le había tocado esa vida: ¿Por qué habiendo tantas mujeres hermosas ninguna se había fijado en él? ¿Por qué solo un tipo de mujer le buscaba? A veces culpaba a su timidez, otras a su autoestima, muchas veces más al embarazo no planeado de su primera hija, pues ya no tuvo oportunidad de seguir buscando.
La niña se bautizó como Karla. Los padres habían hecho un trato: ella le pondría el nombre al primer hijo, y él al segundo.
Pasó el tiempo después del nacimiento de Karla y Roberto conoció a Nallely, la mujer más hermosa que haya visto jamás: era delgada, de estatura media, ojos café claros y una cabellera hermosa, teñida de rojo. Su piel blanca lo volvió loco.
Y por extraño que parezca, Roberto tuvo una aventura con ella. Tuvieron una especie de romance, donde consumaron su “amor” muchas veces en un hotel de paso. Pero Nallely tenía muy en claro lo que hacía: divertirse, disfrutar de las sensaciones de su cuerpo; pero Roberto no pues, cuando ella desapareció, se hundió en la depresión propia de un puberto.
Pasó el tiempo y Vicky volvió a quedar embarazada.
Su segundo retoño fue niña también. Esta vez el decidiría el nombre, y tenía pensado inmortalizar su amor imposible.
-¿Qué nombre tendrá la niña? –le preguntaron en el registro civil.
Roberto se puso nervioso, comenzó a sudar. ¿Y si la esposa le preguntaba por ese nombre? Ya él le había dicho antes como le llamaría, pero el miedo se apoderó de él.
-Éste… eh… -alcanzó a decir.
-¿Perdón? –dijo la del registro, algo fastidiada.
Vicky le dio un codazo a su marido, pero éste seguía nervioso.
-Yan… Ya… No… Naya…
-Señor, no le entiendo nada.
-Na… Naye… Naye.
-¿Nallely?
-Yanely.
-¿Yanely?
-Sí, señorita.
-Ya- ne- ly –dijo la mujer mientras lo tecleaba en la computadora, justo mientras Roberto se daba cuenta de la burrada que había hecho.
La mujer imprimió el acta en una hoja convencional.
-Aquí revisarán los datos –dijo mientras pasaba la hoja a los padres-si hay algún error, éste es el momento de corregirlo.
-Tanto nervio para el nombre –dijo su mujer, riendo tímidamente- ¡pero qué bonito lo escogistes! Un poquito diferente al que me habías dicho. ¿Qué significa?
“Amante bien buena” pensó Roberto decepcionado, mientras su mujer le devolvía la hoja a la trabajadora con el visto bueno.
Desde entonces, la niña se llama Yanely Martínez López.
Juan Felipe Sánchez Pantoja
V Encuentro Internacional de Escritores Sanmillanos 