Recién amanece, aún la oscuridad oculta los rincones de la habitación.
Muevo mi cuerpo boca arriba, y separo las piernas un poco. La sábana cubre mis senos y es evidente lo diminuto de la prenda negra interior, que sólo abriga el templo del deseo. Mis ojos permanecen sellados.
A mi lado, tú. Sientes frío pues dejo de abrazarte. A tientas buscas y al abrir los ojos miras cómo sonrío. Enseguida suspiro para después quejarme ligeramente, al tiempo que doblo las piernas hacia arriba. Me miras con el brazo izquierdo casi sobre la cabeza y mano derecha que poso en las costillas. Observas mi vientre, notas cómo la respiración se incrementa, pues este sube y baja constante. Giró el rostro hacia ti que me ves satisfecha, abro la boca y muerdo el labio inferior. Deslizo la pierna derecha sobre el colchón, mientras la otra se separa más de mí. La respiración se agita a cada segundo y en instantes mi pelvis se levantaba. No muerdo más los labios pues los gemidos de mi boca se escapan, así tomo a bocanadas el aire, terminando mis extremidades aún más abiertas.
Junto a mí, te quedas en silencio. Deseas seguir observando, pero mi clamo aún más fuerte, te hace levantar. Más, cuando escuchas el sonido de las dos letras con las que te llamo. Mis muslos permanecen tensos y a segundos la cadera queda en el aire, te colocas de rodillas entre mis extremidades y sin tocarme tus dedos deshacen los listones que atan mi ropa, ésta cae y deja al descubierto la brisa que humedece mi ser.
Una extraña sensación embarga tu cuerpo. Tus apasionados labios se unen a los míos con digna finura, pero al escuchar tu nombre de mi voz, siento las pinceladas deslizarse sobre las paredes de mi intimidad. Ambas manos las llevo a la orilla de mi cabecera, el centro de mi cuerpo desea unirse a mi espalda y por segundos abro los ojos, no te miro, pero sé que eres tú.
Soy el lienzo de tu obra y viertes toda tú la creatividad en mí. Llega el momento en que no logro controlar la dulce agonía que provocabas, grito tu nombre al instante que abro los ojos, la brisa es ya una lluvia sin control seguida por un rayo, y estremezco. Esto hace que levante el torso, acaricio tu cabello. Un murmullo se escucha, me aferro a tus hombros y digo: Ven. ¡Bésame!
Siento mi sabor en tus labios.
Sujetas mi cuerpo.
Abro paso a tu hombría.
Sin dificultad te hundes dentro de mí. Arqueo la espalda. Tu boca es ladrona de mi aliento, mientras nuestras caderas al unísono, danzan una melodía que no termina.
Así, despierto en ti.
Rita Bedia