Cuando bajan las estrellas con el aroma del mar embravecido, flotan sus rayos de plata sobre las olas para convertirse después, en el fino encaje que bordan las faldas de Yemayá. Borra las huellas de los amantes, ocultando toda evidencia de encuentro infiel. Solo en sus cráteres, la luna registra los rostros fortuitos de la pasión. En el espejo de Ochún se graban sus sonrisas, en el aura de los destellos de miel que en gotas cósmicas, se desvanecen en los umbrales del infinito. Y aquí estamos, coronados con las viñetas que acompañan un discurso siempre incompleto que se va volviendo cuento poético, en la mitología de la civilización. Arcaicos, asaltan el escenario los protagonistas de los colores puros. Rojo y negro, me escondo tras las puertas para disfrutar las travesuras. El destino está en mis manos, y encabezo el desfile de las tribus primitivas. Manteniendo el anonimato para confundir al neófito, pero fiel amigo al rojo-blanco del guerrero: amante, padre e hijo admirado, ejemplo, justo y rayo.
Salvador Aburto